La revista Cuadernos de Aleph invita a todas las personas interesadas a participar hasta el 31 de marzo de 2026 en su vigésimo número, coordinado por María Hernández Rodríguez (Universidad de Valladolid) y dedicado a
ESCRITURAS DE LA CARNE: POÉTICAS DEL CUERPO EN LAS LITERATURAS HISPÁNICAS
En las últimas décadas, se ha producido en los estudios humanísticos lo que se ha venido llamando un «giro corporal», un viraje en los intereses de los investigadores que ha situado al cuerpo y sus expresiones en el centro de la reflexión cultural. Este cambio marcaba una modificación del paradigma metodológico, proponiendo «una reconceptualización del lugar del cuerpo, con lo que se dignificaba la materialidad de la carne y el acceso a una nueva cognoscibilidad del mundo basada en lo sensorial» (Coello, 2024: 201). Y no es de extrañar que este viraje se haya producido. Al mirar el mundo que nos rodea, un mundo cada vez más tecnificado, dominado por medios digitales, redes sociales e inteligencias artificiales, cabe preguntarse dónde queda lo sensible. Los avatares y los perfiles de los mundos virtuales se convierten en «cuerpos sin carne» (García-Moncó, 2024), extensiones corporales del yo que sustituyen a la materialidad propia del ser humano.
Sin embargo, al mismo tiempo, el siglo XX transforma radicalmente la mirada sobre el cuerpo, que adquiere una posición protagónica en la cultura occidental (Courtine, 2006): la medicalización se obsesiona con el cuerpo sano; el proyecto genoma humano convierte el ADN en mapa, código o patrimonio universal; el deseo se hace público y los cuerpos cada vez más visibles; el entrenamiento se erige como piedra angular que soporta el ideal de un aspecto físico soñado; la deformidad y la anomalía se categorizan como discapacidad; y los estadios, las pantallas y los escenarios convierten el cuerpo en el principal soporte de exhibición.
Este número propone, por tanto, abrir un espacio de diálogo interdisciplinar que explore las poéticas del cuerpo en las literaturas hispánicas desde tres grandes vertientes teóricas, profundamente influyentes en el pensamiento contemporáneo: la fenomenología de la encarnación; la antropología y sociología del cuerpo; y la estética y teoría cultural del cuerpo. Estas tres líneas, lejos de ser compartimentos estancos, permiten articular un marco híbrido que comprende el cuerpo como experiencia vivida, construcción social y superficie estética.
Desde la fenomenología, el cuerpo se concibe no como un objeto, sino como la condición misma de posibilidad del sentido. Merleau-Ponty formula de forma paradigmática esta idea cuando afirma: «yo no estoy delante de mi cuerpo, estoy en mi cuerpo, o mejor, soy mi cuerpo» (Merleau-Ponty, 1993: 167). Subraya así el filósofo la indivisibilidad del sujeto, oponiéndose a la tradición dualista que concebía la materia como mero soporte de la conciencia. El cuerpo, entendido como Leib o cuerpo vivido, no es una cosa, sino el modo primario de habitar el mundo. Toda la percepción acontece desde él, a través de esquemas motores, hábitos incorporados y horizontes preobjetivos que estructuran la experiencia.
Esta perspectiva tiene consecuencias directas en la comprensión de la creación literaria. Como recuerda Wenger Calvo, al sintetizar el pensamiento de Merleau-Ponty, «la corporeidad no habla, es muda» (Wenger Calvo, 2015: 229), por lo que el escritor debe traducir ese mutismo en palabras; de esta forma, la literatura «es el pasaje del cuerpo al lenguaje; es una puesta en palabras del silencio; es una metamorfosis de la experiencia corporal muda» (ibid.). La literatura se convierte entonces en el espacio donde la experiencia encarnada —muda, pre-reflexiva— es dotada de forma y visibilidad.
Dentro de este horizonte fenomenológico, Jean-Luc Nancy ocupa una posición decisiva al pensar el cuerpo como superficie de inscripción. Para Nancy, no existe un interior verdadero oculto detrás de la materialidad, pues el cuerpo es ya exterioridad plena; es exposición antes que profundidad. Nancy plantea que no hay pensamiento sin tacto ni experiencia sin superficie: «Allí donde el pensamiento toca la dura extrañeza, la desnuda exterioridad del mundo: tal alcance, o tal toque, es la condición de un pensamiento verdadero» (Nancy, 2003: 17). Por ello puede afirmar, radicalmente, que el cuerpo «no es sustancia, ni fenómeno, ni carne, ni significado. Es ser-escrito» (Nancy, 2003: 19). Esta idea ilumina de manera particular la literatura, donde la carne se convierte simultáneamente en materia y en forma, en superficie que significa.
Este monográfico también reconoce la influencia de Elaine Scarry, cuya obra The Body in Pain ofrece una reflexión central sobre la relación entre dolor, lenguaje e imaginación. Scarry parte de la naturaleza innegociable del dolor físico, absolutamente segura para quien lo experimenta pero difícilmente verificable desde fuera. De ahí que afirme: «—unlike any other state of consciousness— has no referential content. It is not of or for anything. It is precisely because it takes no object that it, more than any other phenomenon, resists objectification in language» (Scarry, 1985: 5). Sin embargo, para la autora, el dolor genera imágenes, comparaciones, estructuras del tipo «como si…» que funcionan como germen de imaginación creadora. La fenomenología del sufrimiento se vuelve así también fenomenología del sentido. En este proceso, figuras como la analogía, la metáfora o la sinécdoque permiten desplazar el dolor hacia terrenos representables, operando como mediaciones lingüísticas que traducen lo inefable en formas compartibles. Estas estrategias retóricas no eliminan la resistencia del dolor a la objetivación, pero sí abren un espacio de figuración donde el sufrimiento puede adquirir contorno y sentido.
Por su parte, Thomas Csordas tiende un puente entre la antropología y la fenomenología a través del paradigma de la encarnación (embodiment), que considera el cuerpo no como objeto cultural sino como sujeto, como el «existential ground of culture» (1990: 5). Su planteamiento subraya que la cultura no se incorpora metafóricamente, sino que se constituye a través de prácticas corporales socialmente informadas, en diálogo con el concepto de habitus (Bourdieu, 1977). En este cruce, la percepción y la estructura social aparecen entrelazadas, dando lugar a una teoría del cuerpo tanto sensible como histórico. En consonancia con ello, las aportaciones recientes sobre la cognición encarnada —con la formulación de Shapiro (2019) como referencia destacada— muestran que las operaciones mentales se configuran desde las capacidades corporales que las sostienen, de modo que pensar, sentir y actuar forman un mismo continuo inscrito en la experiencia vivida.
La segunda vertiente teórica se centra en el cuerpo como constructo social, simbólico e histórico, atendiendo a las formas en que la cultura modela gestos, hábitos y significados corporales. Desde esta perspectiva, David Le Breton recuerda que «la existencia es, en primer lugar, corporal» (2018), por lo que el cuerpo funciona como vector de sentido dentro de un espacio social determinado.
A partir de esta concepción del cuerpo como portador de sentido social, las aproximaciones estructuralistas y simbólicas profundizan en los mecanismos mediante los cuales las culturas articulan normas, valores y categorías a través de lo corporal. En esta línea, algunos investigadores han estudiado cómo nociones como pureza, impureza, contaminación o tabú no son conceptos irracionales ni tampoco mera superstición, sino que constituyen sistemas simbólicos profundamente ligados al orden social, la clasificación, la cohesión comunitaria y las fronteras culturales. De esta manera, el cuerpo expresa los límites, jerarquías y tensiones del mundo social, una dinámica que Douglas ilustra a través de su conocida tesis según la cual la suciedad y la contaminación son «materia fuera de sitio» (Douglas, 1973: 60). La higiene moderna misma, según la autora, responde más a procesos de demarcación y organización del espacio que a criterios estrictamente sanitarios.
A esta línea se suman los estudios históricos del cuerpo, que examinan cómo cada época produce imágenes, normas y técnicas corporales específicas. El cuerpo aparece así disciplinado, regulado, gestionado por rituales de sociabilidad y por expectativas colectivas. En la modernidad, esta regulación se articula con dispositivos de poder que interpretan, clasifican y normalizan los cuerpos. Michel Foucault, en este sentido, interpreta la sexualidad como una forma de control de los cuerpos, que se convierten en objeto de análisis en las sociedades modernas. El dispositivo de la sexualidad —definido por el filósofo como «una gran red de superficie en la que la estimulación de los cuerpos, la intensificación de los placeres, la incitación al discurso, la formación de conocimientos, el refuerzo de los controles y las resistencias se encadenan unos con otros» (Foucault, [1976] 2011: 99)— funciona no solamente como un mecanismo de control, sino que también posee una función creadora de identidades. El poder se transforma en instancia productiva, clasificando, categorizando, y seleccionando aquellos cuerpos válidos —«cuerpos que importan», que dirá Judith Butler (2022)— de las perversiones.
Butler, retomando esta dimensión productiva del poder, muestra paralelamente cómo solo algunos cuerpos son reconocidos como vidas plenas. De ahí su afirmación: «if a life is not grievable, it is not quite a life; it does not qualify as a life and is not worth a note. It is already the unburied, if not the unburiable» (Butler, 2004: 34). Con ello introduce una dimensión ética-política y pone en el centro de la investigación la vulnerabilidad diferencial de los cuerpos y su distribución desigual en términos de reconocimiento y luto.
Asimismo, las teorías contemporáneas sobre el cuerpo han enfatizado su dimensión fragmentaria y abierta. Frente a la idea clásica de unidad, emergen modelos que lo conciben como una superficie expuesta, corpus discontinuo, conjunto de zonas o partes permeables al dolor, la enfermedad, la pérdida o la intervención técnica. Siguiendo el pensamiento de Nancy, sintetizado por Vladimir Alvarado Ramos, se afirma que no existe «totalidad del cuerpo, no hay unidad orgánica. Hay piezas, zonas y fragmentos. No hay cuerpo, hay cuerpos, corpus» (Alvarado Ramos, 2025: 23). El cuerpo se presenta como espacio de vulnerabilidad, finitud, dependencia, herida…, convirtiéndose estas en categorías para pensar la experiencia corporal. Este enfoque permite incorporar el análisis de cuerpos precarizados, racializados, queer, discapacitados o envejecidos, así como cuerpos sometidos a violencia estatal, guerra o exclusión social.
La tercera vertiente aborda el cuerpo como espacio de erotismo, transgresión, afecto, abyección y techné, atendiendo a su dimensión estética y simbólica. El pensamiento de Georges Bataille entiende el erotismo como la «aprobación de la vida hasta en la muerte» (Bataille, 2023), y articula sexualidad, violencia y discontinuidad. Desde la teoría de la abyección, Julia Kristeva subraya que «lo abyecto, objeto caído, es radicalmente un excluido, y […] atrae hacia allí donde el sentido se desploma» (Kristeva, 1989: 8). Esta figura del límite, del contacto con lo intolerable, abre espacios de inestabilidad donde la subjetividad se redefine.
Siguiendo esta noción, en la teoría feminista y tecnocultural, Donna Haraway reformula la corporalidad a partir de la noción de cyborg, un ser híbrido que desestabiliza las fronteras entre organismo y máquina. Es este «a hybrid creature, composed of organism and machine» (Haraway, 1991: 1). En este marco, la monstruosidad se vuelve políticamente importante, puesto que, en palabras de Haraway, «monsters signify» (1991: 2). Estos cuerpos limítrofes cuestionan el concepto de pureza, y permiten pensar identidades situadas, interdependientes y tecnológicamente mediadas.
Las tecnologías contemporáneas han llevado estas tensiones a un nuevo plano. Como ha señalado García-Moncó (2024), los dispositivos digitales generan corporalidades que desdoblan o prolongan la experiencia física, dando lugar a figuras como avatares, prótesis o cuerpos aumentados. Aunque estos entornos producen nuevas formas de subjetividad, desde una perspectiva fenomenológica subsiste la idea de que ninguna virtualidad sustituye plenamente la autopercepción táctil de la carne.
Todas estas perspectivas convergen de forma especial en la literatura, donde el cuerpo se convierte tanto en signo como en superficie de inscripción. Peter Brooks subraya que el cuerpo «is made a signifier, or the place on which messages are written» (Brooks, 1993: 21), y que la modernidad textualiza la corporalidad mientras somatiza el relato. La escritura literaria, en este sentido, no solo representa cuerpos, sino que los produce, los imagina, los descompone, los politiza y los expone.
En las literaturas hispánicas, estas configuraciones permiten abordar la corporalidad en su dimensión fenomenológica, simbólica, afectiva, política y técnica, representando cuerpos atravesados por la percepción, moldeados por normas sociales, fragmentados por el deseo o la violencia, abiertos a las tecnologías o transformados por los sistemas de poder.
Desde las retóricas místico-corporales de la Edad Media y el Renacimiento hasta las narrativas contemporáneas del dolor y del deseo, la literatura hispánica ha hecho del cuerpo un lugar de sentido, de experiencia, de forma estética. Partimos de la idea de que la escritura literaria no es un ejercicio puramente intelectual o simbólico, sino que ha de concebirse necesariamente como un acto encarnado, en el que la carne, el gesto y la sensación se convierten ellos mismos en fuentes de conocimiento, de emoción y de representación. Como señaló Beauvoir, «el cuerpo no es una cosa, es una situación: es nuestra forma de aprehender el mundo y el esbozo de nuestros proyectos» (Beauvoir, 2017).
En resumen, este monográfico aspira a reunir investigaciones que analicen estas poéticas de la carne, entendidas como formas de inscripción del cuerpo en el lenguaje literario y como modos de pensar la subjetividad contemporánea desde la encarnación. Se aceptarán trabajos que exploren esta problemática en cualquier género literario —poesía, narrativa, teatro o escrituras híbridas— así como en las distintas configuraciones formales que adopta en ellos. El enfoque es deliberadamente interdisciplinar, abierto a perspectivas procedentes de la antropología, la fenomenología, la teoría crítica, los estudios culturales, la filosofía, la historia, la estética o las ciencias sociales, así como a metodologías mixtas que permitan examinar el cuerpo desde sus múltiples dimensiones materiales, simbólicas y afectivas. Del mismo modo, se valorarán aproximaciones que pongan en diálogo distintos marcos teóricos o que integren enfoques comparativos dentro del propio ámbito hispánico. Todas las propuestas deberán situarse en el ámbito de las literaturas y culturas hispánicas, en su pluralidad geográfica, lingüística y teórica, abarcando tanto los diversos territorios peninsulares como los contextos latinoamericanos y diaspóricos.
Líneas temáticas
§ Poéticas de la carne y la herida. El cuerpo como lugar del dolor, la enfermedad o la vulnerabilidad, y su conversión en materia estética
§ El cuerpo y la palabra. La relación entre lenguaje, respiración y tacto; escrituras que encarnan el gesto, la voz o el silencio
§ Afectos encarnados. Representaciones del deseo, el placer o el duelo como experiencias corporales y sensibles
§ Cuerpo y espiritualidad. Encarnación, sacrificio y éxtasis en las poéticas que exploran la unión entre lo carnal y lo trascendente
§ El cuerpo femenino. Figuras, mitos y experiencias de la corporeidad de la mujer en la tradición literaria hispánica
§ Cuerpos disidentes y queer. Expresiones literarias de la diferencia, la transgresión de género y la pluralidad del deseo
§ Corporalidades marginales y precarias. Cuerpos envejecidos, enfermos o excluidos; la escritura como forma de visibilización y resistencia
§ El cuerpo político. Tensiones entre control y libertad, disciplina y protesta, en la representación del cuerpo social
§ El cuerpo como archivo. La carne como soporte de la memoria, la cicatriz o la historia compartida
§ Cuerpos en movimiento. Desplazamiento, migración y viaje como experiencias corporales que transforman la identidad
§ Lenguaje y carne. Materialidad del texto, ritmo y textura verbal como equivalentes de la experiencia corporal
§ Erotismo y transgresión. El cuerpo deseante y sus límites; poéticas del placer, el tabú y la ruptura
§ Cuerpo, arte y técnica. Representaciones del cuerpo en diálogo con la pintura, el cine o la performance
§ Lo cotidiano y lo íntimo. Gestos mínimos, espacios domésticos y afectos ordinarios como formas de encarnación poética
Referencias bibliográficas
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